top of page
Buscar

La Hamaca

  • Foto del escritor: Paola Salazar
    Paola Salazar
  • 9 jun
  • 2 Min. de lectura
ree

Ese suave y rítmico vaivén que, subconscientemente, nos remonta al vientre materno. Un espacio de seguridad y amor, donde la vida podía saborearse sin prisa. Las telas gruesas, quizá un poco rústicas, nos sostienen sin exigencias de tiempo. La casi imperceptible brisa que se levanta en cada ir y venir nos susurra una verdad profunda: todo fluye, todo va y viene, y sin embargo, uno permanece en calma.

¿Les ha sucedido? ¿Han permanecido el tiempo suficiente en una hamaca para saborear la vida tal cual llega? Con nubes que se transforman, con soles que arden, con gotas que refrescan el alma o con la luna que nos vigila en silencio.


Yo sí. He estado el tiempo suficiente como para dedicarme a una de mis actividades favoritas: pensarme. Mirarme, sentirme, reconocerme cada día... poder abrir las compuertas del tiempo y echar un vistazo al pasado. Contemplar cuánto he caminado: por arenas suaves, por pastos mojados, por duras y filosas piedras, e incluso por cementos ardientes.

¡Qué recorrido tan maravilloso!, puedo decir ahora, con la sabiduría que da la distancia.

Y mi hamaca sigue, en su dulce ir y venir.


A veces me gusta ir rápido, sentir el aire en mi cara y soltarme, permitiendo que el viento traiga nuevas sorpresas. A veces prefiero ir lento, para poder percibir hasta la más pequeña hoja del pasto que roza mi pie con delicadeza. A veces, simplemente me siento en mi hamaca para prestar atención a lo que me rodea y descubrir una nueva belleza en mi paisaje cotidiano. Otras veces, solo me siento para cerrar los ojos y observar mi propia mente, ese universo capaz de crear todo tipo de escenarios, invitándome a bailar, a cantar o incluso a llorar. ¡Qué fantástica es la mente! Y, a veces, qué aterradora puede ser.

Y mi hamaca sigue.


De aquí para allá, sin moverme de ningún sitio. ¿Será que, a veces, nuestras existencias son así? Vamos de un lugar a otro y, al día siguiente, la misma rutina: de aquí para allá. Pero luego, cuando los años han pasado y nos damos cuenta... no hemos llegado a ninguna parte. Siempre estuvimos bajo el mismo árbol que sostiene nuestra hamaca. Entonces, ¿por qué tantas carreras? ¿No será que es nuestra mente quien nos arrastra a escenarios que realmente no existen, y trabajamos y trabajamos cuando lo que necesitamos es detenernos a contemplar las nubes del día, el sol que arde, disfrutar de las gotas de lluvia o, simplemente, conversar en silencio con la luna?

 
 
 

Entradas recientes

Ver todo

Comentarios

Obtuvo 0 de 5 estrellas.
Aún no hay calificaciones

Agrega una calificación
bottom of page